El color de la tristeza
Tu suave murmullo me ha despertado, no es de día ni de noche, es un momento en el tiempo que yo he inventado. Me gustaba el verde, con tendencia al turquesa, y era porque los días entonces no eran lo que son ahora, en que el vacío me consume y quema pese a ser la nada. ¿De qué color es el amor? Rosa o rojo, si no que el mundo implosione, pero no es transparente o nulo como tu nuevo reflejo en el espejo. Ya no somos los mismos, y los días transcurren tan frugales, la existencia se va como polvo del desierto. La vida no es sencilla, y eso lo supieron hasta Gödel y Cantor, que eran tan inteligentes y vivieron y murieron tan estultamente. Ya no tengo instantes amarillos, y si los hay se escapan, como las notas de salida de un perfume etéreo. En el mar me sentía bien, con los pies sobre la arena blanca y la tumbona rozagante que me inyectaba vida y energía, y el sol que me permeaba hasta los huesos, el mar como fondo, con ese azul intenso que me inspiraba tanta confianza. Tan ridícula y femeninamente puedo decir que estos días están entre los negros y rojos de Holly Golightly, con ausencia de un lugar de refugio, un santuario que de inmediato calme el vórtice. La lluvia es relajante, esa que es suave y no hace aspavientos, me silencia internamente, la tristeza en lontananza se pierde tras la ventana, se acompaña por la gente que anda y los rascacielos de plata que hoy parecen tan opacos, suspiro y no puedo describir como gris lo que veo.
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