miércoles, 26 de diciembre de 2018
Ojos que no lloran capítulo 4
La calma no duró mucho. La ciudad fue bombardeada. Hacía a penas un mes y medio que había ocurrido un ataque. en primavera la fuerza aérea nazi había sido demasiado intempestiva. Era ahora principios de julio, del año 1937. Este es uno de los momentos más terroríficos, que ni siquiera puedo lograr describir, el sonido de las bombas es estrepitoso. Sin embargo, por primera vez nuestra decisión estaba demostrando su efectividad. Como si fuésemos el burgués barrio de Salamanca las bombas no golpeaban la Sierra Norte, la cercana a la de Tamajón. Solo se oían a gran distancia, y alguno que otro cazador en la lejanía, al parecer ni siquiera era el centro de Madrid bombardeado, sino más al oeste. Alguna que otra vez me atreví a atisbar en lontananza, podía verse la ciudad, algunas trincheras muy a lo lejos cerca del río Guadarrama y Manzanares, sin embargo, había que salir de la cueva y caminar varios pasos adelante para poder desde un risco ver el horizonte. Nosotros permanecimos guarecidos al menos 10 días, ni siquiera nos atrevíamos a salir a los montes, ni por agua, la que habíamos obtenido desde el primero de Julio nos bastaba pues la racionábamos en exceso, una taza por día para cada uno. También nos habíamos abastecido de endrinas, muchas, que la sierra madrileña es fértil en plantas silvestres. Los niños permanecían quietos, estar quietos es una actividad superflua en comparación con lo que vivíamos y teníamos que hacer en Madrid para sobrevivir o siquiera mantenernos a salvo. El día 10 de julio pretendíamos salir, sin embargo, pudimos ver sobrevolar algunos aviones, a últimas fechas comenzábamos ya a reconocer los aviones alemanes de los soviéticos, los aviones rusos comenzaban a aparecer con más frecuencia y se dirigían siempre al oeste. Nuestro miedo infantil era nuestra mayor arma, a cualquier sonido permanecíamos en un mutismo absoluto, suerte que por estos lares no pasaba siquiera humano alguno. Javier había querido traer un pequeño radio, pero no se lo permití, esas cosas y la prensa enloquecen, es lo que hacían cuando estábamos en la ciudad, son muy emotivos al emitir las noticias por lo que no se sabe la magnitud real de lo que ocurre en batalla. Todo Julio fue un mes muy pasivo para nosotros, cosa difícil, pero para la cual ya estábamos preparados, en la guerra la mejor defensa es la virtud. El día quince salí solo yo a traer agua, me había persignado cerca de cuatro veces antes de salir, y dos más en el camino, afortunadamente entre los riscos de esta sierra ni los republicanos ni los nacionalistas se atrincheran, este pequeño escondrijo parece estar a salvo pues la guerra se ha librado en su mayoría al sur, y al oeste; el norte nunca lo obtuvieron los nacionalistas, menos el este cercano al río Jarama. En febrero y marzo muchos aviones volaron sobre Guadalajara, aquí desde la distancia podíamos atisbar algo, las trincheras en conflicto, el humo era un telón de fondo, las bombas también cayeron con constancia en ese sitio. Para agosto observamos menos actividad, al menos, nada volaba nuestro cielo, yo di la orden de salir, aunque remisos los niños salieron al campo aunque no muy lejos, a penas un metro de la cueva. Debo decir que al parecer se había fraguado una calma, la que sabíamos y nunca creíamos perenne, no obstante, nuestra experiencia nos impelía a siempre aprovechar la aparente tranquilidad para abastecernos de agua y sobre todo comida, los momentos de calma eran como extraños golpes de suerte, como aquella venturosa parsimonia de la navidad pasada la que nos permitió salir de la ciudad lo mismo que a la señora Alba.
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