El cariño que sentía por Pablito era algo muy especial, no solo porque vivimos en la misma posada al menos un año, sino porque le veía como el hermanito que nunca tuve. Los demás chicos también sentían un aprecio particular por Pablo por lo que poco a poco comenzó a convertirse en el protagonista de nuestras acciones.
Todos extrañábamos nuestra vida de antes, y aunque no era un paraíso, al menos éramos libres, este nuevo estilo de vida estaba mermando nuestra salud, no estábamos famélicos porque gracias a Dios en las sierras altas hay muchos alimentos naturales, pero sí pasábamos frío, y sobre todo, lo más importante, nuestra salud mental se deterioraba, especialmente en esos dos meses en que nos mantuvimos recluidos en la cueva, el encierro nos afectaba profundamente; aún cuando la guerra no estuviese en activo ese tiempo no era glorioso pues no podíamos andar por los parajes como si nada pasara, el peligro siempre estaba tras nosotros. Julián era quien más se deprimía, siempre se pregunta que será de él tras la guerra ahora que no tiene ya familiares, nosotros podríamos aplacar esos pensamientos diciendo que debe preocuparse ahora solo por sobrevivir; sin embargo, sus pensamientos son legítimos. Yo al menos agradezco no estar en Madrid, el crimen se apropio de ella, había balaceras dentro diario, la gente hacía las cosas más horrendas con tal de comer, mataban, asaltaban, y hasta eran caníbales, era un mito que corría por las calles, nunca lo presencie ipso facto pero no era algo difícil de creer. Escapar fue la mejor decisión que pudimos tomar, y fue desde el principio idea mía por lo que, el resultado también sería culpa mía. Faltaban dos días para Navidad, los milicianos se habían atrincherado bien en Casa de Campo y Ciudad Universitaria, nadie deseaba dar un paso en falso por lo que hubo una especie de tregua no firmada ese diciembre, la señora Alba huiría de Madrid, por la carretera que da a Valencia, había dicho que incluso podría cruzar posteriormente los pirineos y refugiarse en Francia, se había pensado llevarse a Pablito y hasta mí, pero eso sería casi imposible por lo largo del viaje en las fronteras y porque no tenía dinero para pagar los salvoconductos, además de que si marchaba a otra región de ultramar no tendría ella dinero para nuestros pasajes, preocupada yo le di una solución: Nos esconderíamos en Sierra Norte. Aunque estrambótica la respuesta, paulatinamente cobro cuerpo, yo había ido a esos lares muchas veces con anterioridad y ella también en las proximidades por varias razones, no teniendo más remedio aceptó la propuesta, más por condescendencia que aceptación. Nos cargó con un fardel que llevaba dos cuencos y el odre, además de dos pastillas de jabón, ese fardel lo llevé primero hasta las faldas de la Sierra Norte y lo enterré bajo un árbol, esperando que nadie le hallase, esto como precaución mas que de los nacionalistas de los milicianos quienes eran muy suspicaces a las traiciones, la señora Alba vivía con miedo en Madrid pues hubo varias tentativas de denunciarla como nacionalista cuando no lo era, todo por ser ella tan católica y por ser dueña de una posada y un viejo restaurante. Todo ocurrió tan rápido el día 23 por la mañana, como a las seis, con el viento gélido golpeandome la cara subí las altas montañas, la gente me veía pasar por las largas calles del centro de Madrid, ensimismados cada cual en sus asuntos, unos de prisa subiendo al tranvía rumbo a sus trabajos que la ciudad no se detenía y otros desde esas horas buscando comida. Por la tarde estaba listo ya el viaje de la señora Alba, no podíamos marchar juntos porque ella "salía" de la ciudad para visitar a familiares en Valencia. La señora Alba nos dio su bendición y se marchó confiando en que dejaba a Pablito en buenas manos:
—Buscáis esos escondrijos de la Sierra Norte. Si no mal recuerdo en las alturas hay socavones, cerca de los arroyos que cruzan las sierras altas. Ese día Pablito y yo no marchamos, sino hasta el siguiente. El toque de queda había llegado sin advertirlo por lo que con la posada cerrada, nos quedamos a dormir en las ruinas viejas de una casa bombardeada.
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